31 octubre 2016

Por qué sí festejo Halloween

El patético intento de patriada de quien supone que posee una agudeza superior a partir de la elección de lo autoproclamado propio y al mismo tiempo de la separación de lo autodefinido como extranjero, es lo primero a lo que temo.

Antes, yo era un tipo interesante. Nunca leí a Pulo Coelho porque vi un libro suyo en una propaganda de televisión y decidí que, si vendía tanto, a mi no iba a convencer. Cuando todos miraban Supercampeones (Oliver y Benji) yo no miraba nada, acaso el Festival de Cosquín en VHS o Kimba The White Lion. No sé bien cuándo creí que aquello era un proceder normal en mi, que era un fundamento de mi personalidad, pero sucedió. Me convertí en un joven interesante, si bien se mira, por el sólo hecho de alejarme de lo popular. Aunque, pensándolo mejor, esto es injusto e inexacto, pues accedía a lo masivo de manera constante. Escuchaba a Los Enanitos Verdes, Robbie Williams, Sin Bandera y Arjona. Veía Friends y One Tree Hill. Pero claro, guardaba la mayoría del galpón para seguir con mi farsa impostada de muchacho variopinto que a su vez gustaba de Larralde, Hugo Varela, miraba VR Troopers y jugaba al handball, evitando Dragon Ball Z, Tinelli, los Midachi, Charly García, CQC y el fútbol. Lo dicho, que tipo interesante que era.

Aquel interés por lo que yo mismo descubría de la vida era, lógicamente, el recelo por lo que los demás me pudieran dar, ofrecer, imponer o compartir. Hace poco empecé a entender que aquella etapa de infructuoso alejamiento fue una máscara del egoísmo. ¿Desestabilizaría la psique de una persona equilibrada mirar, por caso, dos o tres programas de Dragon Ball Z para determinar si le gusta o no? ¿Qué sentido tenía evitar aquel producto y enorgullecerme por ello? El fin era decir “así soy yo”. “Observen esta persona especial, que hace estas cosas especiales, pues bien; soy yo.”

Pero claro, cuando uno necesita enviar ese mensaje, el mensaje es otro. Es en realidad un intento de autoconvencimiento: “Soy diferente” “Soy diferente a los demás”. Lógicamente, es todo lo contrario. Cuando vivimos creyendo que somos diferentes a los demás, orgullosos de lustrar una silla antigua que no sabemos ni cómo ha llegado a estar desde un principio debajo de nuestro trasero, es que no somos diferentes en nada.

Eso sucede con Halloween, pero de manera grupal.

Muchos amigos argentinos se separan bruscamente de esta celebración y sus condimentos. Muchos luchan, no les gusta nada que venga un vecino y le regale una silla de otro juego para agregar a la mesa. Es un desamparo, el símbolo de la familia italiana se ve invadido por alguien de otra sangre que viene a conquistar el territorio que con gloria juramos morir. Lo entiendo, yo sentía lo mismo cuando alguien me recomendaba un libro de Coelho. Pero esas son falacias que hablan de que nos sentimos atacados en nuestra propia vulgaridad. ¿Cómo voy a leer a ese tipo que sale en la TV? ¿Cómo voy a celebrar Halloween, una fiesta que me venden por TV? Eso, amigos, se llama prejuzgar, y es el antecedente directo a la discriminación y a la xenofobia. Hay medio paso entre una cosa y la otra.

Me gustaría decirle a los amigos argentinos, latinoamericanos y españoles que están embroncados porque Halloween se ha transformado en una festividad planetaria a causa del cine estadounidense, que no sean ignorantes hipócritas y también se peleen con la Navidad, las Pascuas, la Pentecostés, el Carnaval y, según de qué lado supongan que viene su linaje, que carguen contra las fiestas de colectividades, los festivales de cualquier tipo de música contemporánea, los espectáculos deportivos masivos, los festivales de cine, danza, teatro y las ferias del libro; pero también contra el We Tripantu y el Nguillatún mapuche, contra el Gualichu de los charrúas, la brujería en general, el tarot, la biodescodificación, el I-Ching, las runas; y también pueden lanzar a la basura los ordenadores, los celulares, los automóviles, los dólares, la oratoria, la discusión, las armas y el lenguaje español. Porque nada de esto es “nuestro”.

Habiendo saltado este paso que evidentemente me impedía conectar con la potencia psíquica de esta festividad, ya suelto de cuerpo, indagué un poco. ¿Qué es Halloween? ¿Hollywood quiere obtener una ganancia vendiendo máscaras una vez por año?

La Fiesta de Halloween es la parte o costumbre lúdica de un Festival Paganoancestral en el ámbito indoeuropeo, del que los Cultos Celtas son referencia, que por ser inherente al subconsciente colectivo occidental ha permanecido arraigado en el folclore de nuestras sociedades.

Quienes están y estamos detrás de nada, sin escondemos porque ya no tienen licencia para perseguirnos y potestad de condenarnos, somos los fieles y creyentes en este caso de los Cultos y creencias nativas.”

En esta acertada explicación de la festividad original que nos ofrece Fernando González de Wicca Celtíbera, no he logrado encontrar “Estados Unidos”, “Fiesta extranjera” o “Hollywood”. Debo estar ciego, o agentes del sistema capitalista disfrazados de fantasmas me lavaron el cerebro.

La Fiesta de Halloween se celebró por primera vez en Estados Unidos en 1921. Hace nada. Pero se remonta en la región irlandesa a hace unos 3000 años, cuando los Celtas celebraban las cosechas obtenidas y el comienzo del invierno, lo que marcaba para ellos un nuevo año, en el festival llamado Samhain.

Los días cortos proponen noches más largas que, ceñidas ante los vientos cada vez más frescos, son dignas de admirar antes de que el verdadero invierno arrecie. Esta festividad antiquísima, nativa y de sabiduría ancestral tiene la misma importancia que las festividades de los First Nations (Canadá), de los aborígenes sudamericanos, de los Mexicas (México) o, por caso, de los Navajos (EEUU) que festejaban en las MISMAS FECHAS su cita más importante: el Night Chant o The Nightway (Yei Bei Chei) que data, no será por casualidad, también de hace unos 3000 años.

La gente de Irlanda que llegó a vivir a norteamérica trajo consigo su bagaje histórico-cultural, no podían dejarlo olvidado sencillamente en el barco. Mezclado con la costumbre de la Sint-Maarten neerlandesa (pre-cristiano), donde los niños cargan linternas de papel y tocan puerta a puerta cantando a cambio de golosinas, todo estaba a punto caramelo. Ese bagaje irlandés no fue rechazado porque, justamente, las personas en donde recayó ya eran parte de la misma historia británica. Con la influencia de la hechicería alemana y de los cultos africanos se completó el combo.

Ha pasado medio siglo del Halloween moderno. Lo que puede verse hoy son muchas más historias de misterio y disfraces que agradecimiento por las cosechas y preparación para el invierno. Pero no hay por qué enojarse, es tan sólo la realidad de una fiesta que perdió su carga religiosa, aunque no creo que haya perdido su carga espiritual. Tal vez esté exagerando. Hay sin duda una potencia psíquica grupal en Halloween, donde hay que conectarse si se quiere participar con respeto y sin dejarse abrumar por papeles de colores.

Por eso festejo Halloween, porque me apasiona la sabiduría ancestral y los niños felices. Y porque no soy quién para hacer un rancho aparte poniendo la bandera de mi patria tan sólo en mi rancho, izando al viento mis propias dudas cada mañana, mirando sobre el hombro.


Parece ser que los Celtas marcaban especialmente esta noche, porque la línea que separa el mundo de los vivos con el mundo de otras extrañas entidades se vuelve tan fina que pueden de traspasar el velo hacia esta realidad. Un portal dimensional, ni más ni menos. El gato está durmiendo profundamente, a mi lado en el sillón. Recién dio un maullido insólito y tuvo un espasmo que jamás había visto. Es de madrugada, fuera hace frío. Estoy solo. Estoy solo.








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