09 octubre 2016

Carta a Eduardo Labari

Cursé los estudios secundarios en la Escuela Agrotécnica Salesiana Don Bosco en Uribelarrea, Cañuelas, Arg. Allí íbamos todos los días de la semana a doble turno, en una mezcla de materias indispensables y tareas extracurriculares de campo como limpieza de huano, alimentación de ganado, mantenimiento de instalaciones o elaboración de chorizos. Estaba divertido. Había un tipo muy alto y formal que era el jefe de los preceptores y se llamaba Eduardo Labari. Por el patio podían deambular curas salesianos, administradores, ancianos profesores o deportistas destacados, pero el jefe de los preceptores era Eduardo Labari.

Eduardo era un hombre muy respetado a través de su propia ofrenda. Tantos años después, es sorprendente poder ver en perspectiva las acciones de un tipo joven que había logrado dominar la compleja habilidad de decir o estar en las cosas justas en los momentos y lugares exactos.

Además de influir directamente en el desarrollo de los estudiantes de la escuela, por pura pasión y curiosidad se transformó en historiador y folklorista de Uribelarrea, con lo cual acabó influyendo también en el desarrollo de su lugar de pertenencia.

Eduardo falleció relativamente joven en el año 2015 y nadie pudo amortiguar el golpe de su partida. Al enterarme de lo sucedido, recordé tener en un viejo CD una fotografía de él en el mástil, y mientras la buscaba vino a mi (desde quién sabe dónde) una simple frase.



Al pasar un año de la partida de este buen hombre decidieron hacer una reunión de conocidos, alumnos, profesores y ex alumnos en la misma capilla de la Escuela Salesiana y celebrar una misa en su nombre. Yo no sabía de tal evento, pues está claro (y se acepta, sin mas) que la lejanía geográfica acarrea consigo el alejamiento ante la actualidad, los sucesos, las citas y la contemporaneidad argentina toda. Pero dos ex profesoras mías, María Eugenia Pelorosso y Alejandra Ford, tuvieron la idea de leer algunas palabras dedicadas a Eduardo antes de la misa y decidieron contactarme para tal fin. No quedaba mucho tiempo para escribir, la gente estaba llegando en ese mismo momento a la capilla. Yo estaba en Londres yendo a visitar a un escritor amigo (será otra entrada de este Blog), faltaban un par de horas para encontrarnos por lo que me retiré a un parque y comencé a repensar. Eduardo, Eduardo, ¿quién eres y dónde estás?

Al final me informaron que aquel texto que envié fue leído y tomado con gran agrado y emoción por los presentes, lo cual para mí es todo un honor.

Al otro día, la carta salió publicada en el periódico Cañuelas Ya.
La transcribo debajo, espero que les guste y puedan conocer a través de ella un poquito más a esta gran persona que fue Eduardo Labari.

“Suele decirse que es difícil hablar sobre alguien que se ha ido. Generalmente sucede, buscamos metáforas, hacemos cuentas y nos desdoblamos para solapar las esquinas de las emociones y que no nos quiebren. Pero hay que decir, de una vez por todas, la pura verdad. Hay personas que se retiran, pero no se van.
Nos invade la angustia, nos pone cabizbajos, sentimos que termina una era y que comienza otra, pero olvidamos fácilmente que en el éter se graban nuestras vidas como mantos de fuego. Por eso, hablar de la vida de Eduardo Labari es hablar de una yerra inmensa, que marcó el aire eterno de Uribelarrea y de su gente.
Eduardo tuvo en sus manos pizarras donde escribía. A veces hacía garabatos de aprecio, a veces dibujos de estima, a veces potentes ecuaciones de amistad. Pero es curioso, siempre escribía con tiza indeleble. Como un viejo caballero o un verdadero avatar, daba su palabra de honor en aquellas pizarras.
No se ha inventado, ni podrá inventarse jamás, un instrumento borrador que suprima el afecto del espíritu. Por eso Eduardo Labari puede dejar de dibujar, puede esconderse un poco detrás del polvo de la tiza, puede crecer el viento y los árboles, tal vez en un silencio absoluto, pero no se puede ir.
Tanto fue su magnetismo, que viró nuestra rosa de los vientos, es evidente que la energía de alguien especial no se pierde, se transforma.
Hay personas que llegan y encuentran el mundo establecido de cierta manera. Muchos pasan y viven, y está bien. Otros lo observan, lo moldean, lo giran, le dan un golpe tremendo y cambian el norte de todos los ríos. Y también está bien.
Nunca podremos decir que Eduardo tuvo poco tiempo. Porque el tiempo que estuvo, sinceramente, tal vez haya sido el mejor tiempo de todos.
Suede decirse que es difícil hablar sobre alguien que se ha ido. Si que lo es, pero hay que intentarlo.
Feliz viaje mi amigo, querido Eduardo.”

1 comentario:

  1. Volver a leerla me transportó a aquellos años en los que compartíamos escuela, asados, fiestas de fin de curso, retiros y tantos otros momentos imborrables.

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