Hace tiempo que soy amigo de los
árboles. Tienen sus pies en la tierra, brazos que dan al viento, la
frente en alto y siempre crecen hacia arriba. Si hay que buscar
ejemplos de buenos muchachos, podríamos observarles. Como símbolo,
representan una conexión. Son el mismo símbolo que somos nosotros:
seres con los pies en la tierra y que crecen hacia el cielo.
Por lo tanto cada vez que vemos un árbol
de Navidad (o la forma de uno), estamos viendo el símbolo de un
árbol (o de nosotros mismos); un recordatorio de aquella conexión
entre tierra y cielo.
Lo que digo puede parecer tontuelo,
pero hágase esta pregunta: ¿Qué sucedería, para nosotros, si no
estuviera el planeta tierra? ¿Qué nos sucedería sin el sol ni la
luna? Relacionados a los dos planos, árboles y humanos (y tantas
otras cosas) somos aquello que se desarrolla en el medio, juntos y
revueltos con ellos. Somos “símbolos de estar en el medio (y en su
medio)”. Por tanto símbolos de conexión.
Hasta allí es comprensible. ¿Pero por
qué demonios un pino? ¿Por qué no un viñedo, un nogal, un
manzano?
Lo primero en lo que pienso es que el
pino es perenne. Sus hojas no caen en invierno, lo que
representaría... bueno, no sé bien qué representaría (lo pensaré con el correr del artículo), pero es bastante
alucinante ver a todos los árboles sucumbiendo y el pino, allí en
el medio, tranquilo y sonriente.
Entonces busqué la etimología de la
palabra pino.
Recordé entonces sobre la Glándula
Pineal. Pineal, justamente. Esta glándula es muy importante para los
espiritualistas y para diferentes religiones, dicen que es o tiene
que ver con el famoso “tercer ojo”, que se activaría haciendo
subir la poderosa energía Kundalini hasta el Ajna Chakra, en el
entrecejo.
Resulta que la Glándula Pineal tiene
la forma de un pino, de allí que le hayan puesto el nombre. Pero
hasta hace pocos años se creía que era un remanente inútil de la
evolución. Antes de recabar un poco más, llegué a leer un detalle
sobre la Glándula Pineal en las aves que me dejó de piedra:
Djxhemary
by Scienceagogo |
Como pueden observar, la Glándula Pineal está relacionada directamente con la luz. Y si lo está con la luz, lo está también con la sombra. Es decir, con las estaciones.
Las estaciones y la verdadera sombra
Donde los tiempos se pierden, la noche
era noche. Era verdadera oscuridad. Los pequeños cambios que se iban
dando en la puesta del sol, la salida de la luna, la dirección de
los vientos o la fuerza de las estaciones eran, evidentemente, tan
perceptibles como importantes para la vida.
Si una simple semilla indica por sí
misma cuándo y bajo qué condiciones crecerá mejor, y ese
desarrollo supone la alimentación –por tanto la supervivencia, la
satisfacción, la alegría– de las personas, es completamente
natural que exista un acto de agradecimiento a la semilla, a la
planta de la semilla y a la época del año.
Además, el animal es rutinario. Si hay
alimento todos los días a cierta hora, sin peligro, en un lugar
determinado, el animal acudirá. Los humanos, como buenos animales,
leímos las estaciones y el comportamiento de los astros directos.
Aunque hoy a millones de personas les
parezca sonzo creer en el sol como un Dios, lo hacen desde la
comodidad –rutinaria, claro– de otra creencia: creer que su
supervivencia ya no depende del sol. Se olvidaron, simplemente no lo
tienen en cuenta. En cambio, aquellas personas que prendían un fuego
para calentar la casa sabían que a un metro de la puerta de entrada,
en la noche de verdad, acechaban las peores bestias posibles.
En este contexto, los cambios de
estaciones eran vitales. Vitales y populares. Esta popularidad se fue
ajustando en aquellos días especiales y obviamente las conductas
eran igualmente especiales. A veces con mucho festejo y otras sin
tanto: los solsticios.
En el Hemisferio Norte, el solsticio
del 21 de Diciembre indica el inicio del invierno y la noche más
larga, lo que también indica que es el momento exacto donde las
horas de la noche comienzan a decrecer. Es decir, donde el día le
empieza a ganar a la noche. Donde los árboles, de manera
imperceptible, renacerán en sus hojas. Salvo el el pino, claro.
Imponente, tranquilo y omnitemporal. Otra vez, siempre allí: el
pino.
Lo perenne, lo que nunca muere
Un árbol que manifiesta su
inmortalidad en pleno invierno es evidentemente un símbolo poderoso,
porque también simboliza que se puede renacer.
En la mitología nórdica el fresno
perenne o fresno del universo es el mismísimo "Árbol de la vida" o
Yggdrasil, que conectaba bajo mundo - tierra media - cielo.
Por eso, cuando la Navidad pasó a ser la “celebración oficial” de los últimos días de Diciembre en Occidente, en realidad no se impuso una tradición sobre otra, sino que se juntó y conglomeró todo aquello que se festejase (o alguna vez se hubiera festejado) alrededor del solsticio, ergo, toda la simbología histórica.
Al ser el pino un símbolo tan fuerte, resulta lógico que este árbol se encuentre presente en la resultante Navidad. ¿Cómo convive con nosotros el pino en la Navidad? Pues como "Árbol de Navidad", es decir, de manera casi idéntica a como lo festejaban los germanos paganos, entre ellos los vikingos.
En nórdico antiguo se conoció como júl o jól y se trataba de un festival que duraba alrededor de doce días; una fiesta dedicada a la familia, a los parientes y amigos ausentes y a la fertilidad. Se trata de una celebración que se pierde en los albores del tiempo ya que las referencias históricas más antiguas alrededor de esta palabra las encontramos en los primitivos nombres germanos que designaban los meses; Jéola, que significaba “antes de Yule” y Aeftera Jéola, que significaba “después de Yule”.
Thevalkyriesvigil
La gente adornaba sus hogares con los árboles como símbolo de renovación, esperanza y retorno. Recuerden: cuando las noches eran noches opresivas de verdad, un símbolo de resurgimiento y de potencia eterna dentro de la casa resulta, como poco, una alegría espiritual.
Por eso el árbol es un pino o un abeto, y viviendo en el Reino Unido también he podido observar los clásicos adornos que se realizan con muérdago y madreselva (también perennes).
En aquellos días de hospitalidad y algarabía por el inminente triunfo de la luz, las personas llevaban adelante distintos tipos de rituales y actividades (como sucede en Navidad con los fuegos de artificio, Papá Noel (Santa Claus), los crackers, el pesebre (o Belén), el pavo, etc.), entre ellos uno que llamó especialmente mi atención: El leño de Yule (Yule log).
by Mystoryofhistory |
Al siguiente día, las cenizas se esparcían por los campos, bajo la creencia de que así se harían fértiles y darían buenas cosechas en el año entrante.
Este leño de potencia creativa, intencionado y fuerte, dejó de ser aquel símbolo y devino con el correr de los tiempos en un mero dibujo de aquel poder: un dulce con forma de tronco, usualmente de chocolate. Como vivo en una caravana (casa rodante) en el medio del campo, decidí que la mejor idea era aceptar una tragantona (y un eventual dolor de barriga) a prenderme fuego y abrasarme con el Yule log en los 50 cm. que son la sala de estar.
Y por eso me comí un tronco de chocolate en Navidad.
Buen provecho.