Esos días donde permanecías hablando
con tu hermano, con tu primo, con tu amigo hasta bien entrada la
noche... tal vez alguna historia paranormal alteraba la madrugada,
tal vez alguna historia con una chica... esta noche sucedió
exactamente eso. Terminamos durmiendo sobre unos colchones en las
esquinas de un taller mecánico. Techo de chapa, mosquitos de verdad,
el ruido del ventilador... Había llegado a casa. Al día
siguiente, que en realidad es el día del cual estoy escribiendo;
asado. Mi primo marchó al sol y allí hizo de las suyas; hacía
muchos años que no comía un asado tan rico y legendario. Mientras, leímos el diario con el abuelo y hablamos un montón, una de las
últimas cosas que recuerdo hacer con tantísimo gusto junto a mi abuelo.
Pero había algo que solíamos hacer
cuando éramos niños sanos y negligentes: jugar a cualquier deporte
después de comer. Lógicamente, no pudimos torcer la intuición y
comportarnos como adultos en sus cabales, con lo cual a los quince
minutos del postre me estaba raspando la rodilla contra un muro para
evitar otro gol.
Recuerdo que la cabeza me comenzó a rebotar, el sol
pegaba fuerte en el cemento, decidimos entonces acudir a una segunda
opción menos aniquiladora. ¿Sentarnos a la sombra a beber una
gaseosa? ¿Buscar las cartas y hacer un chinchón? ¿Ver una película
mientras comemos helado? No, nada de eso. Ninguna cosa normal. Sí, en cambio, jugar al padle. Seguir haciendo deporte, esta vez bajo techo, para
ver si se me pasaba el ardor mental. Seguir corriendo. Una locura. Lo cierto
es que funcionó.
Mi primo Jony es heroico en los juegos, es un héroe trágico. Salvo en el fútbol, en donde además es claramente superior. Tiene
siempre un halo épico que lo rodea, un movimiento legendario, una
jugada de más, una competitividad propia. Él jugó en pareja con
Karen, que no tiene ni idea de padle, y yo jugué en pareja con
Chris, que tampoco tiene idea de padle pero le pega muy fuerte a la
bola. Ganaron ellos. Jony ofreció unos puntos memorables y unas descargas
de energía al ir perdiendo que son normales para nosotros, que somos
familia y conocemos su épica, pero todavía deben recordarlas algunos de los ojeadores del
partido aquella tarde. Místico, extraordinario, nada fuera de lo
común para mi primo Jony.
Aquella noche fui para lo de mi otra
abuela y volvió Nair con sus tíos y primos. El primo más pequeño
había venido todo el viaje durmiendo y allí seguía en el coche.
Aún sin saberlo, el niño sabio nos marcó el camino, porque cuando
apoyé mi cabeza en la almohada fue hundirme en una hermosa
oscuridad, cuerpo extremadamente cansado, sueños y más sueños,
contento de vivir.
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