02 julio 2017

Día 4: Amigos que ya no lo son - Blog de viaje por Argentina

Esta es una entrada de mi BLOG de VIAJE

Al cuarto día fui a visitar a un amigo de la escuela secundaria. No esperaba encontrar un ser humano tan serio y un tanto sombrío.

Debo apuntar que teníamos la desdichada fortuna de ir al colegio en una ciudad lejana, había que levantarse muy temprano y un micro nos recogía de ciudad en ciudad. Eran viajes de dos horas por una ruta provincial destruida, es decir, la aventura existía tanto fuera como dentro de aquel “colectivo de fe”. Fe a que no tomara uno de los pozos y volcase con cincuenta niños dentro.

Pero esto no es interesante, si se quiere tan sólo un nota sobre las vivencias diarias obligatorias, en una escuela de aventuras y ciertas responsabilidades, para sopesar la cantidad de hechos acumulados en tan sólo –fueron pocos pero no lo parecieron– cinco años de secundaria.

Lo de más impacto fue el cambio de humor de mi amigo. Entramos a su casa y tomamos unos mates, hasta aquí todo normal. Yo mantuve mi compostura y no me lancé a rememorar pequeñas anécdotas imbéciles, porque estaba mi novia allí presente e involucrar memorias de otras mujeres podría traer consecuencias incómodas. Supuse que ambos lo sabíamos y que callábamos, cómplices, como antaño y como siempre. Hasta me atrevería a decir que vi un destello en su mirada y que pactamos en silencio.

Fui a la cocina a espiar la comida que se doraba en el horno y mi amigo se acercó para corroborar el mencionado manjar, allí le hice un comentario de mi propio barullo* mental, genuino, mitad alegre y mitad memorioso, con algo de estupidez. Su respuesta me dejó atónito, pues no sonrió como yo esperaba. Qué cosas imprudentes que son las expectativas. En su lugar hubo un gesto de extrañeza, seguido por una especie de “sonrisa por el recuerdo”. La tarde continuó sin más incidencias.

Cierta vez un joven español me dijo: “Cuando vuelvas a tu país, verás que tus amigos no son más tus amigos. Me sucedió cuando niño, que vinimos con mi familia a Málaga y dejamos todo en Córdoba (España). Pasados unos años decidí volver en tren, yo solo, para visitar a mis amigos. Pero ya no eran ellos, lo verás. Ve preparándote, tu verás cuando vuelvas a Argentina.

Aquella noche permanecieron sonando las frases como un tambor en mi cabeza. No recuerdo qué le contesté pero me pareció una idea altamente absurda. ¿Acaso las personas se olvidarían de nuestras –aún jóvenes– anécdotas, una vez que éstas se tendieran abiertas ante la bravura del tiempo?

Pero es el tan sólo el cuarto día y tengo muchos amigos por visitar. En la abarrotada calle el gentío se subordina al mercado y yo, junto a mi compañera, reconozco que algo ha cambiado. Se puede percibir.

Alguien con el zapato ha golpeado una de las patas de la mesa, donde está el tablero de ajedrez en el cual estábamos jugando. Comenzamos todos a jugar en otros juegos. Supongo que algunos peones ya sucumbieron ante el poderoso rival.

Sin ir más lejos, diez años no se cuentan en una tarde, entonces la culpa es imposible, no la hay, no es culpa de nadie. Los prejuicios son un lujo triste que me dado muchas veces, es el cuarto día, el cuarto día de mi viaje: no es entonces una claridad impoluta que me está haciendo competente; lo que siento es propio, propio nada más.

Con los próximos encuentros, asados y mates lo confirmaré: si todos mis amigos han cambiado tanto, sospecho que al final yo he cambiado demasiado.

VM

* Barullo: Ruido, desorden.

Photo from victormontero.net/blog

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