02 julio 2017

Día 7: Diarrea de cosas antiguas - Blog de viaje por Argentina

Esta es una entrada de mi BLOG de VIAJE


El séptimo día fue un largo día de diarrea, es decir, un día de mierda. Sabrán disculpar el exabrupto pero es lo que me trae, apenas comienzo a recordar el siete, número mágico que dicen.

El día anterior, el seis, todavía traumado por lo que había tenido que presenciar (véase Día 6: Encontronazo en La Plata), nos fuimos del departamento de mi amigo para dar una vuelta por La Plata y regresar a Buenos Aires. Frente al edificio, apenas al salir, aquella mañana se instalaban puestos de frutas y verduras. Con espíritu turista, compramos frutillas.

Digo con espíritu turista porque pocas veces he pecado tanto de puro negligente. No sólo no eran de buen tamaño, o de color rojo intenso: ni siquiera había un cartel que dijera el precio, o al menos un papel que pusiera “cosechadas con cariño” o al menos algo, una simple cosa que demostrara su valía. Solamente eran el cajón y las frutillas en miniatura, en un veinte por ciento todavía verdes.

Bajo el hechizo inevitable de la gula, que nos domina cuando se mezclan vacaciones y viajes, podrán imaginar lo que sucedió con las frutillas.

Pero este hecho dio paso al descubrimiento de ciertas antigüedades que no sabía siquiera que existían, y que bien vale la pena escribir aquí para no perder el asombro que ofrece la cercanía y que –bien sabemos– el tiempo carcome.

Es menester aclarar que mi tío es mecánico. No sólo trabaja de mecánico, en donde bastaría la experiencia: ES mecánico. De carne, hueso y cerebro: uno de los más astutos y creativos de las últimas décadas argentinas. Mi tío es mecánico con el alma, y como todo mecánico que se precie tiene en su taller lugar suficiente para cosas vetustas. Repuestos, antigüedades y pequeños artefactos que danzan sobre la fina línea entre la chatarra y lo más buscado del mundo.

Entre la imposibilidad de viajar (debido al suceso en la retaguardia) y el afán de mi tío, me quedé en el taller –cerca de la casa, mas valía prevenir– y me senté como el niño que soy a revolver las cosas antiguas.

Entre discos de pasta y discos de vinilo apilados y llenos de polvo, me sorprendí con aquel primer teléfono que se utilizaba en los automóviles en las series de TV, algo largo y con el cable exageradamente ondulado, con los botones en el comunicador. El primer teléfono fuera de la seguridad de la casa, la tecnología de “Miami Vice” y otras series cancheras.

Mientras, en aquella antigua PC estaban pasando videos de música de los 80s, sobrevoló por mi cabeza con fugacidad la sospecha de que la computadora era demasiado antigua para estar tranquilamente conectada a Internet e ir reproduciendo videos de manera continua. Lo cierto fue que un amigo de mi tío le había instalado una placa para que tuviera al menos un puerto USB, donde ahora había un pendrive con los videos descargados, desde donde la PC los leía. Sospecho que era una Pentium I o II (si es posible que continúen funcionando en estos días), sencillamente, no cabían ni dos videos descargados de Youtube en toda la extensión de almacenaje del ordenador.

Pero una de las cosas más extrañas sucedió a continuación: una luz comenzó a llegar hasta mis hombros, proveniente de mis espaldas. Al girar pude observar un sistema televisivo gigante que generaba la imagen más borrosa que vi jamás.

– “Ahora se apaga... se pierde la imagen... pero después vuelve” – dijo mi tío el mecánico, con los ojos brillantes de emoción. Así fue, al final se encendió aquel pseudo cine de Sony, una TV fabricada en Estados Unidos en los 70s. Dadas las ochenta pulgadas que debe de tener, supongo que en aquellos años era el aparato de las clases pudientes. Dentro, tres luces de colores se mezclan para dar forma a la imagen, que se proyecta en algo parecido a una sábana rígida. Más que una televisión parece ser una especie de monstruoso retroproyector, lo dicho: la crème de la crème.

Este séptimo día fue maravilloso, tal se ve: aprendí que hay cosas que realmente merece la pena conservar (si sabrán los ingleses de esto...), porque así también se conserva el espíritu de las cosas. Menos conservar frutillas, todo es grandioso.

VM





No hay comentarios:

Publicar un comentario